23 noviembre 2007

Mircea Eliade, la religión cósmica y la sacralidad de la naturaleza. El caso awara


Este artículo es producto de una lectura y relectura de varios libros de Mircea Eliade, cuyas conclusiones se han visto confirmadas en muchos lugares del mundo por la arqueología y otras ciencias más teóricas. Una relectura de la obra de Eliade y el nuevo juicio que ahora tenemos de las prácticas y el pensamiento religioso entre los awara, nos confirma la existencia de un espacio sagrado, de un microcosmos terrenal, de un culto a la montaña, del reflejo sagrado del cosmos y su renovación anual. Queremos advertir que, por mucho que nos esforcemos, nunca podremos decirlo todo. Siempre nos quedaremos en una fase introductoria, pues, lo esencial es profundo, las conexiones demasiado ricas y los matices múltiples.
Mircea Eliade (1907-1986) está considerado como uno de los más relevantes historiadores de las religiones. Es un referente para poder comprender las diferencias y las similitudes de las religiones del mundo. Sus libros desprenden una gran sabiduría y son fuente de alimentación de los nuevos estudiosos de lo sagrado.
En la isla de La Palma, los yacimientos arqueológicos de carácter religioso constituyen nuestro primer centro de interés al invocar inevitablemente la búsqueda sistemática de respuestas cada vez más precisas y profundas. En principio, se trata de nociones vagas y dispuestas a la confusión, que no permiten una prueba válida para todos los investigadores. Las fuerzas de lo sagrado vienen de la naturaleza. Lo sagrado permanece a ciertas cosas, a ciertos seres, a ciertos lugares y a determinados tiempos.
Al occidental moderno (que vive en un mundo desacralizado) le cuesta trabajo aceptar que, para determinados seres humanos, lo sagrado puede manifestarse en las piedras o en los árboles. Sobre un terreno finito y heterogéneo se pueden encontrar muchos puntos, muchos centros de orientación. Se descubren manifestaciones de realidades sagradas diferenciadas de una realidad que no pertenece a nuestro mundo. Nada puede comenzar, hacerse, sin una orientación previa, y toda orientación implica la adquisición de un punto fijo. Canales y cazoletas, petroglifos y amontonamientos de piedras son símbolos o vehículos de fuerzas sagradas a las cuales los awara se dieron por entero para llegar a lo consustancial (Abora). La construcción de un amontonamiento de piedras, por ejemplo, no es sino la reproducción a escala microcósmica, de la creación, asegura la comunicación con el cielo y, por lo tanto, es el prototipo de una imagen cosmológica, la de los pilares cósmicos que sostienen el cielo. Es aquí donde se encuentra la puerta de los cielos. Cualquier objeto (un majano), al manifestar lo sagrado se convierte en otra cosa sin dejar de ser un simple amontonamiento de piedras. Para quienes aquel objeto se revela como sagrado, su realidad inmediata se transmuta en realidad sobrenatural. Es una idea que se repite en más de 60 ocasiones en las cumbres de la Isla.
Varias pueden ser las causas por los que un grupo de hombres y mujeres le dan un significado religioso a un espacio concreto. La irrupción de lo sagrado tiene por efecto destacar un territorio del medio cósmico circundante y hacerlo cualitativamente diferente. Nos hallamos, por tanto, frente a un encadenamiento de concepciones religiosas y de imágenes cosmológicas que se articulan en un sistema. Un sistema de comunicaciones con el cielo expresado por un número de imágenes relativas en su totalidad al Centro y en relación a la montaña sagrada que une la tierra al cielo (concepción del mundo entre los awara). La montaña es un lugar alto y está próxima al cielo.
En este mismo sentido, los amontonamientos de piedras son réplicas de la montaña cósmica y constituyen, por consiguiente, el vínculo por excelencia entre la tierra y el cielo. Se encuentran en el centro del mundo y reproducen, a escala microcósmica, el universo. Dicho de otro modo, los awara, como la inmensa mayoría de los pueblos tradicionales, no podían vivir más que en un espacio abierto hacia lo alto, en que la ruptura de nivel se aseguraba simbólicamente y en el que la comunicación con el otro mundo (mundo trascendente), era posible ritualmente. Dur-an-ki, “vínculo entre el cielo y la tierra”; así se denominaba un buen número de santuarios babilonios.
Esa unión se produce a finales del año, momento de la regeneración completa de la sociedad y del cosmos, concebido como una unidad viviente que nace, se desarrolla y se extingue el último día del año para renacer el Año Nuevo. Esta idea de renovación es universal entre las poblaciones ancestrales. Precisamente, durante el amanecer de cada año nuevo (solsticio de invierno), las cumbres de La Palma se convierten en los protagonistas de una triple revelación:
Amontonamiento - Montaña - Sol
Bien es verdad que las fechas del Año Nuevo varían en relación al clima, el medio geográfico, el tipo de cultura, etc. Pero se trata siempre de un ciclo, un círculo alrededor del mundo. Implica la reanudación del tiempo en su comienzo y se reproduce, pues, cada año. Y ahora viene la gran pregunta ¿Qué o quién representa esa hierofanía cósmica? Asistimos a un proceso de solarización del ser supremo (la madre Abora para los awara), a pesar de que la actualidad religiosa prescinde de los astros, aunque en ciertos casos su estructura y su prestigio sobreviven en las nuevas religiones.

06 noviembre 2007

¿Era Stonehenge un observatorio astronómico?


¿Era Stonehenge un observatorio astronómico?

Interesantísimo artículo sobre Stonehenge.
Habla, entre otras cosas, del English Heritage y
de Clive Ruggles.