Explicar la presencia del mal en el mundo es tan viejo como la humanidad misma. Los hombres de épocas pasadas, al carecer de una visión de las causas y de las interconexiones de las cosas, descargaban sobre los demonios o los malos espíritus la responsabilidad del mal en el mundo. Se les atribuían todas las desgracias y, sobre todo, las enfermedades.
La creencia en demonios es, pues, un fenómeno común a todos los pueblos antiguos. Muy poco sabemos de ellos. Su aspecto, siempre extraño, apenas lo conocemos a través de su nombre o su iconografía. Eran seres pertenecientes a otro mundo, con funciones a menudo desdibujadas, mal definidas, pero siempre negativas. Son superiores a la escala humana y actúan más allá de las categorías de espacio y tiempo que limitan las acciones humanas. Interactúan con los humanos para bien o para mal, pues están dotados de atributos que afectan inmediatamente a las personas.
Se manifestaban durante la noche, en los dominios de Ayur (la Luna), de diferentes formas, siendo el perro de pelo negro el perfil preferido entre los awara: “…a estos palmeros se les aparecía el demonio, en figura de perro lanudo, y llamábanlo Iruene” (Fray J. Abreu Galindo, siglo XVI). No podía ser de otra manera para un pueblo ganadero que dependía de los rebaños para subsistir. Eran los perros asilvestrados los únicos animales que, refugiados en la noche, atacaban a las cabras, las ovejas y los cochinos. De ahí, su asociación maligna.
Según el lingüista e historiador Ignacio Reyes “yrguan” hace referencia a una entidad o divinidad maligna (demonio): ― *i-rug-ăn > iruggwan > irggwan, s. m. pl. de [R·G] ‘diablo, genio, espíritu maligno’. Es la base etimológica de la que, por deformaciones gráficas en la transmisión textual, surgió el nombre Yurena.
Irnene, irvene, yruene, iruene, yrguanes, hirguan, yurena, yurena, haguanran y haguayan, todas ellas son variantes referenciadas a voces recogidas en las Islas Canarias que parecen remitir a lo mismo y, aunque se empleen otras denominaciones, permanece siempre constante la idea de que estos demonios eran de aspecto velludo o lanudo. Concretamente para la isla de Tenerife está citada la voz “gucancha, que significa perro, y así llaman al demonio que se les aparece en esta forma grande y lanudo” (Marín y Cubas, siglo XVII) y respecto a los aborígenes de la isla de Gran Canaria se dice que “el demonio [...] se les aparecía muchas veces de noche y de día, como grandes perros lanudos, y en otras figuras, a los cuales llamaban tibizenas.” (Fray J. Abreu Galindo).
A lo largo del tiempo, diferentes autores se han pronunciado sobre estas voces. Por ejemplo, Wölfel compara hirguan, de La Gomera, con iruene, de La Palma, proponiendo: “ir-wan, ir-wen ‘wollhaariger Hund’. También Álvarez Delgado (1942) descompone ‘iruán’ = ‘Era-guan’ = espíritu (aparición o demonio) como hombre.”
El demonio Hirguan con figura humana lo hallamos también en el continente. Según Vycichl (1952) Hirguan es, gramaticalmente, un plural. En el dialecto de los senua, en Argelia, tenemos argou, pl. irouggouán ‘diablo, genio malo’. Existen variantes que refiere a ogro, coco o fantasma para asustar a los niños. “Es el ‘Gul’ un ogro gigante que se alimenta de la carne humana, pues no hay entre los de su especie ninguno de cualidades bondadosas. Su figura es parecida a la del hombre, pero de gigantesca talla; tiene siete cabezas y todo su cuerpo está cubierto de pelo. El ‘Gul’ es invisible y atraviesa toda clase de obstáculos, sin ninguna dificultad, y él con los de su especie son los que, al andar, producen los terremotos, los relámpagos y los truenos. Cuando se enojan lanzan rayos de sus ojos contra un lugar determinado.” [leyendas y tradiciones de Gumara] (Ibn, 1960).
¿Dónde se manifestaban? En la isla de La Palma, la morada de iruene o de los iruenes era el espacio profano situado en las cimas volcánicas de cumbre Vieja (desde Llano Amarillo hasta Los Canarios), territorio de espanto y terror que provocan las estruendosas erupciones volcánicas, muy común en todas las regiones volcánicas del mundo. Todo el reborde superior está vacío de elementos religiosos y no se ha encontrado ningún resto arqueológico, lo cual es bastante significativo.
Otros demonios, genios y espíritus, intermediarios entre los dioses y el hombre, provocaban acciones más benévolas, igualmente asociados a la esfera divina, a guardianes de lugares de difícil acceso o como figuras tutelares de lugares vedados a los hombres. El mejor ejemplo en Canarias lo encontramos en la isla de El Hierro con el cochino aranfaybo.
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